La idea de los nazis sobre lo que debería ser un mundo perfecto contemplaba la desaparición de todo aquello que no encajaba en su ideal de pureza y belleza: judíos, gitanos, y enfermos entre otros. Otros colectivos también sufrieron persecución y privación de libertad por no adaptarse a las normas del nazismo. Sacerdotes católicos, ministros evangélicos que no reconocían el poder cuasi religioso de Hitler, y testigos de Jehová que no querían empuñar las armas ni ir al Ejército.
Y sobre todo personas que no encajaban en el ideal de familia aria: homosexuales y lesbianas. Los primeros porque además de tener unas costumbres, para los nazis, degeneradas y depravadas, no podían formar una familia ni deseaban tener hijos. Las lesbianas eran objeto de la ira de los nazis no sólo por lo anterior sino por responder a un ideal para ellos antisocial: mujeres liberadas que no eran el soporte de la familia clásica alemana.
En campos como Dachau o Sachsenhausen, los homosexuales eran sometidos a trabajos forzados y a humillaciones. También fueron objeto de crueles experimentos, castraciones e inyecciones de sustancias hormonales con el teórico fin de cambiar su orientación sexual. Eran obligados a llevar un triángulo rosa, al igual que otros presos llevaban triángulos de otros colores (marrón-gitanos, rojo-prisioneros comunes, azul-apátridas, judíos-amarillo, morado-Testigos de Jehová). En torno a 15000 homosexuales fueron detenidos en campos de concentración y de ellos murieron 5000. Ese fue el origen del triángulo rosa que se ha convertido en el símbolo de la lucha de los homosexuales por sus derechos.
La mortalidad de los homosexuales en los campos de concentración (50-75%) fue más elevada que la de otros colectivos no judíos: presos políticos (40%), testigos de Jehová (35%). Ello fue debido al trabajo extenuante y esclavo, a las condiciones de vida y a los castigos a que eran sometidos. A algunos se les ofertó la posibilidad de ser castrado y así ser liberado del campo. Muchos lo aceptaron. Más de 2000 fueron castrados.