La Sexualidad Lesbiana y sus Representaciones

     El feminismo de los años 70 sacó a la luz la urgente necesidad de romper la línea divisoria entre espacios públicos y privados, situando dentro del panorama político aspectos de la vida de las mujeres que siempre habían quedado ocultos y excluidos. La sexualidad femenina ha sido uno de estos temas pertenecientes al ámbito oculto e invisibilizado de las mujeres. La exigencia de hacer política y visible la vida sexual tenía como objetivo mostrar que la manera en la que las personas vivencian su sexualidad no es un hecho natural, sino condicionado por los valores y normas de cada sociedad concreta. No hay que olvidar que el interés por la vida sexual de los demás siempre ha despertado curiosidad, por no decir, prejuicios, juicios e incluso persecuciones y asesinatos —en los peores casos— durante muchos años.

     La sexualidad de las personas está fuertemente politizada, regida a través de lo que el poder de las instituciones estima como permitido o censurable, como normal o patológico. Y es importante recordar cómo lo considerado normal o anormal ha ido cambiando a lo largo del tiempo, demostrando que no es un hecho histórico, sino diferente en cada época y cultura. Así, en cada momento, lugar y época la sexualidad de las personas ha sufrido desigualdades diferentes y particulares. De este modo, si lo que se considera apropiado o no en la sexualidad depende del sistema socio-político imperante, las formas de vivenciar la sexualidad, sus márgenes y «licencias» representan un hecho construido, es decir, decidido de manera arbitraria y, por lo tanto, susceptible de ser modificado. Este hecho nos permite saber que la heterosexualidad se establece como norma no porque sea una condición inherente de la biología humana, sino porque ha sido impuesta y, debido a ello, aprendida y reforzada como la conducta sexual apropiada para todas las personas.


     La sexualidad de las mujeres permanece aún hoy sujeta al dominio masculino a través de mandatos tales como la reproducción y la heterosexualidad enmarcadas en la sociedad como normas. Estas y otras formas de dominación hacia las mujeres se han manifestado a lo largo de la historia con múltiples y diversas formas, a veces más sutiles y en otras ocasiones de manera más explícita. Las primeras manifestaciones del movimiento feminista se dieron a finales del siglo XIX con las sufragistas y posteriormente en Estados Unidos en torno a los años 50 y 60. Tenían como objetivo mostrar las desigualdades entre hombres y mujeres generadas por las formas de opresión y dominación del hombre hacia la mujer. El movimiento feminista lesbiano comparte las mismas reivindicaciones del feminista, pero pone su acento en el cuestionamiento de la heterosexualidad obligatoria como forma específica de dominación dirigida más fuertemente hacia las mujeres. Actualmente, un elevado número de teóricas del feminismo lesbiano dentro del panorama español están aportando un gran número de estudios e investigaciones, dirigidos a cuestionar la imposición de la heterosexualidad con el objetivo de mejorar la vida de las mujeres lesbianas. El feminismo lesbiano en España se desarrolló durante la transición, después de haber iniciado su andadura en Estados Unidos. A continuación vamos a mencionar a algunas de estas autoras que comenzaron a reflexionar en ese país sobre el concepto de heterosexualidad obligatoria, desmantelando los intereses de la estructura masculinista desde la que se erige y estableciendo así las bases del feminismo lesbiano.

     Gayle Rubin (1975) afirma que las sociedades occidentales organizan las distintas sexualidades en una estructura jerárquica, atribuyéndole un valor máximo a la heterosexualidad dentro del matrimonio, que es reproductiva y monógama, y considerándola, por tanto, central, perfecta y normalizada. Por debajo de ésta se sitúan el resto de las sexualidades «desviadas» y periféricas, y según su cercanía o distancia hacia la heterosexualidad en matrimonio, monógama y reproductiva, son provistas de mayor o menor valor respectivamente. Así, las relaciones lesbianas socialmente no asumirían ningún valor, considerándose alejadas de la norma y, por lo tanto, negativas. Rubin también contribuye, con su teoría sexo-género, a romper el vínculo entre género y sexualidad como hechos biológicos, destacando la construcción social de estas categorías. Para Rubin, el aprendizaje de las personas no sólo obliga a responder socialmente con los comportamientos que el género masculino o femenino exige. A su vez, las personas deben dirigir su deseo sexual exclusivamente hacia el género opuesto, siguiendo el principio de complementariedad entre hombres y mujeres. Con esto, Rubin postulaba que, aunque el ser humano esté biológicamente sexuado, la forma de vivir su sexualidad e identidad, y lo que se permite o no en ellas, se determina a través del aprendizaje de los valores de una sociedad concreta y no por la biología per se; se trata, por tanto, de una construcción del ser humano.

     Adienne Rich (1980) cuestiona que, en la sociedad en la que vivimos, el lesbianismo pueda ser considerado realmente una opción sexual. Una opción es la posibilidad de elegir entre varias alternativas. Para que esta elección pueda ser libre, las diferentes opciones deben asumir un valor equitativo. Pero, tal y como afirma Rich, esto no sucede así. Supone una realidad social que la elección del lesbianismo representa una alternativa enjuiciada y castigada, por lo que la elección no se torna libre, no existiendo distintas posibilidades reales. La elección de la heterosexualidad es la única opción sexual permitida y aceptada. «Rich denuncia la heterosexualidad forzada en cuanto norma social que exige y causa la invisibilización del lesbianismo, incluso en el mismo movimiento feminista. Enfoca el lesbianismo en la perspectiva de un “continuum lésbico” que une a todas las mujeres que de una u otra forma se alejan de la heterosexualidad e intentan crear o reforzar los vínculos entre mujeres, compartiendo sus energías en la perspectiva de la lucha en contra del sistema patriarcal» (Falquet: 4). Para Rich, el lesbianismo ofrece un sentido de colectividad y de unión entre mujeres no de una manera ingenua, sino claramente de forma voluntaria y decidida. El lesbianismo emerge como una acción consciente de alianza de la política con la vida personal.


     Para Monique Wittig (1980) las lesbianas no pueden ser estrictamente consideradas mujeres. Wittig explica esta radical afirmación bajo la consideración de que el término mujer sólo tiene sentido en su relación de poder con los hombres, desde los sistemas de pensamiento políticos y económicos heterosexuales. La «mujer» se define a través de las conceptualizaciones y prácticas de nuestro cuerpo, de nuestra identidad y de nuestra sexualidad vivenciadas de manera limitadora y opresiva debido al ejercicio del dominio masculinista dentro de la sociedad patriarcal. En este sentido, las lesbianas trasgreden esta norma, al no existir bajo la relación específica de poder de un hombre.
 
     Hay que destacar también a Sheila Jeffreys, que años más tarde publicó La herejía lesbiana (1996). En ella, la teoría lesbiana se asume como una teoría política posibilitadora de estrategias de subversión en torno a la heterosexualidad normativa. Jeffreys considera que las relaciones entre mujeres cuestionan el principio de heterosexualidad obligatoria como hecho natural, desenmascarando los intereses políticos que se esconden tras ella y proponiendo su eliminación a favor de los derechos y las libertades de todas las mujeres. Pero, ¿por qué la heterosexualidad normativa es más estricta para las mujeres? Para Jeffreys (1996: 53) sin el principio de heterosexualidad, dentro del sistema patriarcal, un varón concreto difícilmente obtendría sin remuneración el conjunto de todos los servicios sexuales, reproductivos, económicos, domésticos y emocionales de las mujeres. De esta manera, las teóricas del feminismo lesbiano han ido sacando a la luz cómo la heterosexualidad, forzada como norma social, reafirma sus intereses a través de las distintas formas de exclusión y descalificación de las lesbianas. Una de las formas de expresión de la dominación de la sexualidad lesbiana ha sido y sigue siendo la apropiación del material erótico y pornográfico, pues las reglas y los esquemas bajo los que estos materiales son elaborados están dirigidos desde la heterosexualidad.

     Tal y como comenta Pat Califia, «una parte esencial de ese control y exclusión es la supresión o el sesgo de imágenes explícitas de actos sexuales de aquellos que promueven el placer fuera de la norma o que sugieren diferencia e individualidad, como es el caso de las mujeres lesbianas. En términos generales, cuanto más se aproxima la pornografía o el erotismo a lo instituido como comportamiento sexual, más fácilmente se tolera. El material erótico verdaderamente subversivo no suele tener la oportunidad de publicarse ni circular» (Califia, 1993: 38). En la actualidad, existe muy poco material sobre sexualidad creado por y para mujeres heterosexuales o lesbianas, en comparación con el que se construye para el consumo de los varones heterosexuales. Cada vez es más posible acceder a materiales eróticos y pornográficos de muy diversa índole. No obstante, es fácil observar un sesgo que se repite en las imágenes sexuales destinadas a un consumo erótico o pornográfico: se dirigen a un público heterosexual masculino. ¿Acaso los varones tienen mayores necesidades sexuales? A lo largo del tiempo se ha establecido una separación entre los aspectos considerados típicamente masculinos y femeninos, dando lugar al concepto de género. En palabras de Lagarde (1997: 4) diríamos que género «es el conjunto de cualidades biológicas, físicas, económicas, sociales, psicológicas, eróticas, políticas y culturales asignadas a los individuos según su sexo». De esta manera, el género sería el elemento que regularía los aprendizajes diferenciales de los individuos, obligando a hombres y a mujeres a comportarse socialmente del modo en que se espera que lo hagan.


     El género, por tanto, englobaría el modo de vestir, de andar y gesticular, de ocupar los espacios, relacionarse, situarse en relación al poder, sentir y pensar, actitudes, elecciones, actividades, etc. Es decir, dependiendo del tipo de genitales que «nos tocan» a la hora del nacimiento, nuestros aprendizajes, nuestros derechos y, por tanto, nuestros comportamientos estarán orientados a la obtención de mayores privilegios —en el caso de nacer con pene— o menores —en el caso de nacer con vagina—. «Si comportarse masculina o femeninamente varía según las culturas, eso obliga a concluir que ser “hombre” o ser “mujer” es un aprendizaje, un adiestramiento, todo un estilo de vida que implica cambios diferentes en la manera de vestir, de moverse, de peinarse, de gesticular, de mirar y de relacionarse con los otros, e incluso de conceptualizar el cuerpo. La fuerza de las normas culturales a la hora de fijar pautas de comportamiento cuestiona la universalidad de los roles masculino/femenino, ya que la conducta socialmente correcta para hombres y mujeres ha variado y varía mucho según el contexto sociocultural» (Viñuales, 2002: 50). Pero, tal y como afirma Olga Viñuales (2002), al igual que Gayle Rubin, el género no sólo obligaría a las personas a comportarse de la manera en que se espera que lo hagan, sino también a relacionarse sexualmente con el sexo opuesto siguiendo el principio de complementariedad, es decir, mujeres y hombres como necesitados unos de otros para el mantenimiento de las relaciones sexuales.

     Para las mujeres, su forma de relacionarse sexualmente no solo está condicionada por el principio de complementariedad. El género también insta a las mujeres a vivir su sexualidad de una manera más pasiva y cauta que la de los hombres, a la espera de las necesidades y los deseos del otro. Con ello, se consigue presentar la sexualidad femenina como menos activa, menos necesitada de satisfacciones carnales que la de los varones. Todas estas diferencias construidas en torno a la sexualidad de hombres y mujeres han provocado que el material erótico y pornográfico en el que se representa a mujeres lesbianas adquiera unas características particulares. Podemos observar cómo las mujeres «lesbianas» que salen en estas imágenes asumen papeles de putas y viciosas, de manera que la relación sexual mantenida se muestra como fruto de la perversión y con un claro objetivo: excitar a los hombres, pero no a ellas mismas. Ellas abren sus vaginas y anos en dirección a la cámara, mostrando el lugar d o n d e desean que las penetren fuertemente. Su físico y estética están dotados de elementos fetiches de feminidad tradicional: pechos enormes, cuerpos esculturales, tacones y medias, uñas larguísimas, etc. Y su deseo se dirige hacia el exterior, hacia el varón que visualiza la imagen, en lugar de hacia la mujer con quien comparten el encuentro sexual. Sus prácticas sexuales distan mucho de mostrar la realidad sexual lesbiana. Normalmente, se limitan al uso de accesorios que tienen un aspecto similar al del pene, y también al sexo oral, como si las mujeres lesbianas no fuéramos capaces de disfrutar sexualmente a través de otras prácticas. Por regla general, termina apareciendo un hombre en escena, simbolizando la consumación de un episodio sexual que se encontraba a medias hasta la llegada de este tercer elemento repleto de la supuestamente necesaria testosterona.


     Y, para terminar, este material es comprado y consumido únicamente por hombres heterosexuales. Esto se debe a varias razones. Para los varones es mucho más sencillo acceder a materiales eróticos, ya que sienten mayor libertar para adquirirlos y visualizarlos. Las mujeres que manifiestan una sexualidad activa son censuradas. En cambio, los varones que ejercen una sexualidad activa adquieren poder entre sus iguales: todas y todos hemos podido comprobar cómo, por ejemplo, la promiscuidad en los hombres es valorada y admirada por otros hombres y, sin embargo, en las mujeres es enjuiciada como algo reprochable, tanto por otras mujeres como por hombres. Por otro lado, las mujeres lesbianas tampoco compramos material erótico y pornográfico debido a que éste no muestra la realidad de nuestra experiencia erótica, así como tampoco nuestros deseos y fantasías sexuales. Este material es visto como ajeno y falso, como un material que nos niega y utiliza —sin nuestro consentimiento— para trasgredirnos y así excitar a otros con nuestros cuerpos. Es cierto que, a lo largo del tiempo, las mujeres y sus cuerpos han sido el objeto de contemplación de los varones. Su imagen ha sido utilizada para la creación de representaciones visuales por medio de diversos medios de expresión: pintura, escultura, fotografía, cine, etc. De esta manera, las mujeres han asumido el papel de objeto pasivo, mientras que los varones han adoptado el papel de sujetos creadores esenciales. Este hecho, a su vez, se ha visto reforzado por la imposibilidad de que las mujeres puedan acceder al estatus de sujetos creadores, facilitando así el mantenimiento y control de los materiales creados para el poder masculino.

     Las mujeres lesbianas han tenido una representación escasa o nula durante años en la sociedad. Su aparición de forma masiva ha tenido lugar con la llegada de la pornografía y del erotismo, mostrando un sujeto lesbiano que nada tiene que ver con la realidad. Es importante que nos demos cuenta del poder que actualmente adquiere el lenguaje visual en un mundo cada vez más regido por la fluidez de los intercambios comunicativos. La comunicación se vale cada vez menos de las palabras y más de las imágenes. Éstas sirven para transmitirnos los mensajes de forma rápida y directa mostrándonos la realidad de manera concreta. Pero las representaciones de la realidad, a pesar de parecer objetivas y neutrales, no dejan de ser construcciones subjetivas e interesadas. La afluencia masiva de determinadas imágenes y la ausencia del resto tiene como finalidad naturalizarlas y, por tanto, habituarnos a la visión del mundo de una forma específica hasta llegar a normalizarlo.

     Ante la saturación de cierto tipo de imágenes, la separación entre representación y realidad se va desvaneciendo, marcándose fuertemente nuestra forma de entender la vida y las relaciones entre las personas. Ver y creer se convierten en la misma acción. En el caso de las representaciones que se construyen en torno a la sexualidad lesbiana, la mayor parte de las que nos llegan no muestran nuestra realidad sexual, presentándonos únicamente como ansiosas proveedoras de placer masculino. De este modo, se crea una imagen de nosotras tergiversada y negativa no sólo para nosotras mismas sino también ante el resto de la sociedad. Es imprescindible que, como sujetos consumidores diarios de imágenes de sexualidad, hagamos una crítica de los modos de representación de la realidad que se nos están dando como objetivos y, consecuentemente, como verdaderos. Debemos ser no sólo capaces de discernir entre verdad y ficción en referencia a nuestra sexualidad, sino también de rechazar aquello que perjudica la forma de entender nuestra experiencia erótica. La subversión de la imagen que se muestra de las mujeres lesbianas supone un espacio todavía en proceso de conquista. La necesidad de mostrar la realidad de las mujeres lesbianas y de su sexualidad se convierte en un tema de vital importancia social. Actualmente, se precisa deconstruir el apoderamiento masculinista que se ha realizado de la sexualidad lesbiana y volver a articularla reconstruyendo positivamente este concepto desde y para las mujeres lesbianas (Ruiz, 2008).

     Para nosotras, poder conquistar nuestra propia sexualidad nos obliga a la búsqueda de estrategias de creación de nuevas representaciones y nuevas utilizaciones de nuestro propio cuerpo, reecolonizándolo hasta conseguir que deje de ser el terreno sobre el cual se erige el patriarcado (Ruiz, 2008).

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Fuente: Tu dedo Corazón